Tras varios años de debates entre la comunidad científica y las grandes empresas químicas, el pasado lunes 29 de abril la Comisión Europea estableció una suspensión de dos años sobre el uso de pesticidas que contienen neonicotinoides en toda la UE. El volumen económico del sector apícola en la UE asciende a unos 15.000 millones de euros anuales y España posee el mayor número de colmenas (en 2010, se registran 2.459.373 colmenas) y ocupa el 28% del mercado de la UE.
Estos insecticidas neonicotinoides, de uso común en la agricultura, contienen un ingrediente activo parecido a la nicotina de los cigarrillos y se utilizan para proteger las cosechas de plagas, como la de los áfidos o pulgón. Esta clase de pesticidas actúan en el sistema nervioso central de los insectos: la sustancia se une a los receptores neuronales y neurotransmisores alterando irreversiblemente su funcionamiento. Y para ello, una dosis muy baja es suficiente, tan solo unos 30 a 70 gramos de ingrediente activo por hectárea. En los últimos años, numerosos estudios científicos han demostrado que estos pesticidas no son estrictamente selectivos y también pueden afectar a diversos insectos beneficiosos para los cultivos, como las abejas.
Ya me dijo mi padre hace varios años “mis abejas están enfermas”. Apicultor amateur, con unas veintenas de colmenas, mi padre me enseño desde muy pequeña a no molestar las abejas tomando el néctar de las flores. Me encantaba observarlas caminar por los pétalos de las flores, contemplar como cargaban sus delgadas patas con un pesado fardo de polen y seguir los incansables viajes de idas y venidas de estas obreras que tienen como único objetivo alimentar a la colonia. En mi jardín, y aunque mi padre no utilizaba insecticidas químicos para tratar las plagas, las colonias de abejas disminuían y las mariposas desaparecían año tras año.
Pero ¿por qué las abejas mueren de una manera anormal en todo el mundo en estos ultimo seis años?